Entendiendo a mi hijo adolescente


¿Se han fijado en la cara que hace la gente cuando alguien dice que tiene un hijo o hija adolescente? Es como si expresaran que el mundo tal y como lo conocías hasta ese momento estuviera a punto de explotar. Y bueno la verdad es que algo así sucede. Nuestros hijos y nosotros mismos cambiamos tanto en esta etapa que es posible que la relación que antes fue puro amor cambie para siempre.

Un tema recurrente en las reuniones con amigos es la adolescencia y las diferentes vivencias que han tenido los unos y los otros. Los que ya pasaron por eso dicen “es una etapa ya pasará, paciencia”. Los que están viviendo lo más cruel de un adolescente en casa se toman la cabeza y dicen “ya no puedo más, no lo soporto”, yo pienso en mis hijos y su proceso, me preocupan sus cambios, sus duelos y lo duro que ha sido vivir esta etapa en medio de un cambio de país, de colegio y atravesando una pandemia que cambió muchas dinámicas familiares, sociales y educativas.

Cuando comenzaron a ir al colegio de manera presencial les tocó enfrentar a un grupo que en su mayoría venían juntos desde hace años, pero que al igual que ellos y otros compañeros nuevos vivieron durante año y medio de encierro enormes cambio físicos y psicológicos. Cada uno desde su realidad se ha ido relacionando de una u otra forma que no ha estado exenta de complejidades. Las redes sociales y los grupos de WhatsApp han sido todo un tema con los padres del colegio. Nuestros hijos no tienen conocimiento de reglas mínimas de convivencia en entornos digitales sin supervisión y la verdad es que como a nosotros no nos tocó eso en la adolescencia tampoco entendemos bien los límites. Agradezco que mis hijos por iniciativa propia han estado un poco al margen de estas interacciones complejas, pero también veo cómo se pierden de la forma en la que han encontrado sus pares para estar en contacto.

Indagando sobre el tema de la adolescencia una amiga psiquiatra me recomendó el libro “La adolescencia normal: un enfoque psicoanalítico”. El nombre me asustó un poco y pensé que no entendería nada, pero gratamente utiliza un lenguaje fácil y me ayudó a comprender un poco no solamente las reacciones de nuestros hijos sino también por qué nosotros nos alejamos y no los entendemos. Plantea que “el adolescente provoca una verdadera revolución en su medio familiar y social y esto crea un problema generacional no siempre bien resuelto”, le tengo pánico a que se genere una pared generacional entre mi hijo y yo. Sería muy doloroso y tratar de entender qué sucede en su cuerpo y su mente tal vez ayude. Sabemos por experiencia propia (que a veces es difícil de recordar) que en esa edad se vive un desequilibrio y una inestabilidad extrema que perturba a los adultos (es decir a nosotros ahora) pero que es absolutamente necesario para establecer su identidad.

Algo que me pareció muy interesante es el planteamiento de que el adolescente vive simultáneamente tres duelos. El primero es el duelo por el cuerpo infantil perdido, al cual asiste como un observador impotente de lo que ocurre en su propio organismo. El segundo, es el duelo por el rol y la identidad infantiles, que lo obliga a renunciar a la dependencia y aceptar las responsabilidades que muchas veces desconoce. Y el tercer duelo es por los padres de la infancia que trata de retener como fuete de refugio y protección.

Hablar de un triple duelo no es fácil de llevar y nosotros como adultos no lo contemplamos así, simplemente nos solemos molestar por los cambios de ánimo o la forma cómo nos confrontan sin siquiera tratar de entender el por qué. Y mientras eso pasa con nuestros hijos, nosotros vivimos el duelo de darnos cuenta de que el tiempo pasa y que ya no son unos niños que tenemos que proteger, sino que comienzan a ser adultos con los que tenemos que convivir desde el respeto y el amor que se va modificando. Pasamos de ser los super papás y mamás a ser los seres a los que hay que confrontar y cuestionar. Se dice que como adultos no aceptamos las fluctuaciones de los jóvenes porque vemos reflejadas en ellos “ansiedades básicas que habían logrado controlarse hasta cierto punto”. Es decir que de alguna manera volvemos a ver en ellos nuestra propia adolescencia y son nuestros hijos el espejo de nuestros temores.

Es un periodo de contradicciones, confuso, ambivalente, doloroso, caracterizado por fricciones con el medio familiar y social, que nos duele a nosotros también. No creo que a nadie le guste ver a su hijo sufrir y no poder hacer nada más allá de escucharlo y tratar de guiarlo.

Pero escucharlo no se trata de exigirle información o prohibirle relacionarse con alguien o hacer alguna actividad. Viéndolo de otra manera, no es que los jóvenes no quieran hablar con nosotros lo que no quieren es ser criticados o calificados por sus acciones. Creo que este es un punto muy importante para lograr que no se quiebre la relación, intentar generar la confianza para que nos cuenten sus sentimientos, sus problemas, sus inconformidades, sus dualidades y que nosotros logremos oírlos sin juzgar o tratar de dar consejos coercitivos.

Nos espantan muchas cosas que viven nuestros hijos, pero confrontar e ir a la guerra lo único que produce es un distanciamiento peligroso. Hasta el momento con mis hijos he logrado mantener la constante de que me cuenten su día y sus emociones. Durante la pandemia las emociones a veces afloraban de manera inesperada, pero siento que lo bueno es que lograban expresar lo que sentían y juntos indagábamos por respuestas.

Espero que en esta nueva etapa en la que están siendo más independientes y pasan menos tiempo en casa logremos mantener esta dinámica. Soy consciente de lo necesario que es que encuentre su camino tanto ético como estético, que su búsqueda de identidad sea personal pero también quiero que sepa que aquí estoy para cuando quiera compartir conmigo sus logros, preocupaciones, frustraciones y lo que lo hace feliz.  

Estoy convencida que no todo es malo en la adolescencia, también es una etapa llena de creatividad y descubrimientos que nosotros como padres podemos apoyar e impulsar, estando pendientes de las ventanas de oportunidad para el desarrollo de sus capacidades y desde la felicidad de ver cómo su camino se va construyendo hacia lo que esperamos sea una adultez positiva y creadora.

El camino aún es largo y seguro estará, al igual que la adolescencia, lleno de fluctuaciones y altibajos. Quise compartir con ustedes estas primeras notas y reflexiones sobre lo que es convivir con un hijo adolescente (y otro que pronto lo será) para tratar de entender cuál es el mejor camino para que la complicidad de los años de infancia no se rompa por no entender qué pasa en su cuerpo y en su mente.

Y ustedes, ¿Qué recomendaciones o reflexionen tienen al respecto? 


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