El tiempo: testigo de nuestra historia y sus cicatrices
Al leerlo pensé que no solamente debía hablar de las
cicatrices, sino de lo que va quedando escrito en nuestro cuerpo. Cómo el paso
de los años va dejando una colección de capítulos que perfectamente podrían
contar nuestra historia. Aunque tenemos rincones secretos que muy pocos han
leído o que ni nosotros mismos alcanzamos a ver, tenemos el rostro como portada
y el resto del cuerpo como las páginas interiores que tienen mucho que contar.
Lo más común es que tratemos de esconder, tapar o quitar las
marcas o cicatrices de nuestra vida. Las físicas las tapamos con ropa o
maquillaje y las emocionales evadiendo, ignorando o tratando de dejar atrás.
Pero la verdad es que hacen parte de nuestra historia de lo que somos y marcan
lo que seremos. Las marcas no nos permiten olvidar y como dice Irene Vallejo “el
tiempo va escribiendo su historia” en nuestros cuerpos.
Luchar contra las arrugas y todo tipo de marcas visibles se
ha convertido en una carrera contra el tiempo que la industria cosmética ha
sabido aprovechar muy bien. En mi cara hoy se pueden ver arrugas, muchas
causadas por innumerables risas que algunos critican y yo disfruto. También
están las pecas que colecciono desde niña y que por cierto me encantan, aunque
me hayan recomendado cremas para eliminarlas como simples manchas. También
están las marcas de la varicela terrible que me dio días antes de la excursión
del último año de colegio que me impidió viajar con mis compañeras a vivir una
semana de la cual ellas han hablado por años y que yo recuerdo vagamente entre
sombras y fiebre.
Ver mi estómago todos los días en el espejo me recuerda los
más de veinte kilos que subí con cada embarazo y que ser madre no ha sido solo
paz y amor. Adoro a mis hijos y esas cicatrices me permiten pensar en lo bueno
y lo malo de esa decisión de ser madre. También veo las cicatrices de un par de
operaciones (Vesícula, rodillas y cesáreas) que me recuerdan en cómo la maquina
humana falla a veces y los médicos tienen la capacidad de ayudarnos a sanar,
aunque como dice la misma Irene nos dejan tachaduras. Me encanta pensar en las
cicatrices como tachaduras sobre las que se puede seguir escribiendo, y en
algunos casos se decoran con tatuajes o con injertos de piel.
Hay quienes se tatúan parte de su vida, algunos nombres de
los cuales se arrepienten o imágenes que les pueden recordar acontecimientos,
emociones o logros. Hace unos años me hice uno en la espalda, es el ala de un
ángel. En ese momento tenía un significado para mí, hoy pocas veces recuerdo
que lo tengo y más aún porque está en una parte de mi libro corporal que no veo
en el espejo.
Cada día mientras escribo en el computador mis manos me muestran como el paso de los años va dejando texturas que abren caminos imposibles de borrar en la piel. Sin embargo, estoy por cumplir 43 años y me siento más enérgica que nunca, en el último año (de pronto es por el síndrome de pandemia) he realizado más ejercicio que en toda mi vida junta y aunque me siento super vital mis rodillas (que están operadas) se quejan a veces y mi espalda me recuerda que no me debo sobrepasar con el ejercicio. Esas son cicatrices en las bisagras esenciales para continuar en movimiento, pero con las que aprendemos a vivir y a manejar con alguna pastilla para el dolor, con masajes, con frío y calor o algunas veces tratando de ignorarlas para que no nos consuman.
He querido hablar más de las marcas o cicatrices físicas y
de la escritura de nuestra historia en el cuerpo y la piel. Pero no debemos
olvidar las cicatrices emocionales que nos hacen suspirar, enojar, entristecer
y algunas veces desesperar. Cuando era adolescente una amiga me dijo que era
mejor arrepentirse de lo hecho que de lo no hecho y a estas alturas le sigo
creyendo, prefiero pedir perdón que quedarme con la idea de querer hacer algo
dando vueltas en mi cabeza. He aprendido a seguir mis instintos y no prohibirme
lo que creo que está bien para mí.
En definitiva, las cicatrices, las marcas, las heridas y los
surcos de la edad son un constante recordatorio de lo vivido, pero también una
alerta del paso del tiempo que no podemos evitar, pero si tratar de tener a
nuestro favor. Envejecer no es malo por sí solo, lo que es malo es pensar que debemos
esconder lo escrito en nuestro cuerpo. Amar el reflejo que vemos en el espejo
después de los 40 no es fácil, pero debemos buscar las posiciones, los momentos
y sobre todo los estados de ánimo que nos dejen ver a quien queremos ver en el
eco de la imagen.
Hermoso tema, te felicito por esa presentación sencilla y profunda. Escribir es una de las más bellas catarsis que hay porque, aparte de purificarnos dejamos bellas aportaciones que alientan e invitan a otros a abrir su propio libro, libro ya escrito aunque no descrito. Un abrazo que te abrace el alma y te acaricie el corazón.
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