El tiempo: testigo de nuestra historia y sus cicatrices



Hace meses quería escribir sobre las cicatrices del cuerpo y del alma. Era un tema recurrente en el que pensaba, pero no había tenido claro cómo abordarlo hasta que leyendo “El infinito en un junco” Irene Vallejo encontré este maravilloso párrafo: “Nuestra piel es una gran página en blanco; el cuerpo, un libro. El tiempo va escribiendo poco a poco su historia en las caras, en los brazos, en los vientres, en los sexos, en las piernas. Recién llegados al mundo, nos imprimen en la tripa una gran “O”, el ombligo. Después van apareciendo otras letras. Las líneas de la mano. Las pecas, como puntos y aparte. Las tachaduras que dejan los médicos cuando abren la carne y luego la cosen. Con el paso de los años, las cicatrices, las arrugas, las manchas y las ramificaciones varicosas trazan las sílabas que relatan una vida.”

Al leerlo pensé que no solamente debía hablar de las cicatrices, sino de lo que va quedando escrito en nuestro cuerpo. Cómo el paso de los años va dejando una colección de capítulos que perfectamente podrían contar nuestra historia. Aunque tenemos rincones secretos que muy pocos han leído o que ni nosotros mismos alcanzamos a ver, tenemos el rostro como portada y el resto del cuerpo como las páginas interiores que tienen mucho que contar.

Lo más común es que tratemos de esconder, tapar o quitar las marcas o cicatrices de nuestra vida. Las físicas las tapamos con ropa o maquillaje y las emocionales evadiendo, ignorando o tratando de dejar atrás. Pero la verdad es que hacen parte de nuestra historia de lo que somos y marcan lo que seremos. Las marcas no nos permiten olvidar y como dice Irene Vallejo “el tiempo va escribiendo su historia” en nuestros cuerpos.

Luchar contra las arrugas y todo tipo de marcas visibles se ha convertido en una carrera contra el tiempo que la industria cosmética ha sabido aprovechar muy bien. En mi cara hoy se pueden ver arrugas, muchas causadas por innumerables risas que algunos critican y yo disfruto. También están las pecas que colecciono desde niña y que por cierto me encantan, aunque me hayan recomendado cremas para eliminarlas como simples manchas. También están las marcas de la varicela terrible que me dio días antes de la excursión del último año de colegio que me impidió viajar con mis compañeras a vivir una semana de la cual ellas han hablado por años y que yo recuerdo vagamente entre sombras y fiebre.

Ver mi estómago todos los días en el espejo me recuerda los más de veinte kilos que subí con cada embarazo y que ser madre no ha sido solo paz y amor. Adoro a mis hijos y esas cicatrices me permiten pensar en lo bueno y lo malo de esa decisión de ser madre. También veo las cicatrices de un par de operaciones (Vesícula, rodillas y cesáreas) que me recuerdan en cómo la maquina humana falla a veces y los médicos tienen la capacidad de ayudarnos a sanar, aunque como dice la misma Irene nos dejan tachaduras. Me encanta pensar en las cicatrices como tachaduras sobre las que se puede seguir escribiendo, y en algunos casos se decoran con tatuajes o con injertos de piel.

Hay quienes se tatúan parte de su vida, algunos nombres de los cuales se arrepienten o imágenes que les pueden recordar acontecimientos, emociones o logros. Hace unos años me hice uno en la espalda, es el ala de un ángel. En ese momento tenía un significado para mí, hoy pocas veces recuerdo que lo tengo y más aún porque está en una parte de mi libro corporal que no veo en el espejo.

Cada día mientras escribo en el computador mis manos me muestran como el paso de los años va dejando texturas que abren caminos imposibles de borrar en la piel. Sin embargo, estoy por cumplir 43 años y me siento más enérgica que nunca, en el último año (de pronto es por el síndrome de pandemia) he realizado más ejercicio que en toda mi vida junta y aunque me siento super vital mis rodillas (que están operadas) se quejan a veces y mi espalda me recuerda que no me debo sobrepasar con el ejercicio. Esas son cicatrices en las bisagras esenciales para continuar en movimiento, pero con las que aprendemos a vivir y a manejar con alguna pastilla para el dolor, con masajes, con frío y calor o algunas veces tratando de ignorarlas para que no nos consuman.

He querido hablar más de las marcas o cicatrices físicas y de la escritura de nuestra historia en el cuerpo y la piel. Pero no debemos olvidar las cicatrices emocionales que nos hacen suspirar, enojar, entristecer y algunas veces desesperar. Cuando era adolescente una amiga me dijo que era mejor arrepentirse de lo hecho que de lo no hecho y a estas alturas le sigo creyendo, prefiero pedir perdón que quedarme con la idea de querer hacer algo dando vueltas en mi cabeza. He aprendido a seguir mis instintos y no prohibirme lo que creo que está bien para mí.

En definitiva, las cicatrices, las marcas, las heridas y los surcos de la edad son un constante recordatorio de lo vivido, pero también una alerta del paso del tiempo que no podemos evitar, pero si tratar de tener a nuestro favor. Envejecer no es malo por sí solo, lo que es malo es pensar que debemos esconder lo escrito en nuestro cuerpo. Amar el reflejo que vemos en el espejo después de los 40 no es fácil, pero debemos buscar las posiciones, los momentos y sobre todo los estados de ánimo que nos dejen ver a quien queremos ver en el eco de la imagen.

Comentarios

  1. Hermoso tema, te felicito por esa presentación sencilla y profunda. Escribir es una de las más bellas catarsis que hay porque, aparte de purificarnos dejamos bellas aportaciones que alientan e invitan a otros a abrir su propio libro, libro ya escrito aunque no descrito. Un abrazo que te abrace el alma y te acaricie el corazón.

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