Mujeres migrantes: ocho mujeres a las que las fronteras no las han detenido
El 2020 ha sido un año extraño por todas las razones que sabemos, pero también personalmente ha sido un año de búsqueda y de profundas reflexiones. Hasta hace poco el discurso de género se me hacía ajeno y no creía necesario identificarme como migrante, es más esa palabra “migrante” no me gusta me parece brusca.
Nunca he sufrido discriminación
por ser mujer o por ser colombiana, aunque la verdad en Chile es más evidente
la segregación social por género, pero eso podrá ser otro artículo. Sentía que
era un discurso lejano. La tolerancia y el respeto siempre me han acompañado y
en mi casa nunca existieron tareas del hogar para las mujeres y otras para los
hombres. Mi mamá arreglaba las cosas que se dañaban y mi papá era quien se
preocupaba cuando salíamos a fiestas.
Para mí siempre había sido más que
una cuestión de género o de origen una de saber aprovechar las oportunidades.
Hoy lamentablemente creo que no es tan así.
A comienzos de año conocí a un
maravilloso grupo de mujeres en Fundación Mujeres Migrantes en Santiago de
Chile. Una de sus integrantes, maravillosa mujer venezolana que trabajaba en la
biblioteca cerca a mi casa me invitó a una reunión, me dijo que, aunque cada
una tenía una historia diferente hay muchas cosas que nos unen. Al principio no
sabía si ir o no, pero terminé aceptando y fue una gran experiencia. Ese día
nos reunimos unas ocho mujeres migrantes y hablamos de lo que queremos
conservar al migrar y las transformaciones que esto nos han producido.
Ese encuentro fue presencial y
después vivieron otros virtuales a los cuales se pudieron unir mujeres desde
diferentes países. Eso me hizo pensar que tengo muchas amigas de diferentes
nacionalidades que por diversos motivos han migrado a países tan diversos como
Chile, España, Alemania, Canadá o Estados Unidos, entre otros. Me motivó la
conversación con extrañas y decidí preguntarle a conocidas sobre lo que
significa ser mujer y migrante para ellas. Quería indagar si para ellas también
era raro identificarse así o si en su proceso habían tenido que transformarse mucho.
Aquí les comparto algunas de las reflexiones
de siete grandes mujeres migrantes a quienes sin importar dónde estén estimo
mucho. Algunos relatos son más extensos, pero quise extraer y destacar lo
referente a ser mujer y migrante (algunas con nombre real otras ficticio por
solicitud):
1.
Daniela,
brasileña que vive en Alemania: He dejado a mi país con 21 años y
actualmente tengo 41, con lo que me falta muy poco para decir que he pasado
mitad de mi vida en el exterior. En ese periodo, he vivido por más de un año en
cinco países. Lo que ha significado ser mujer y ser migrante en esos 20 años ha
cambiado enormemente dependiendo de mi edad, de la ciudad de residencia y mis
redes en el país de destino, de mis intereses personales, de mi situación
financiera y de mi status familiar (soltera, cohabitando o casada, casada con
hijos). Pero esas mudanzas y realidades variadas siempre han sido muy
positivas. Desde una mirada muy objetiva, mentiría si dijera que ser mujer y
ser migrante han sido obstáculos para lograr lo que he buscado en cualquier
ámbito de la vida hasta ahora. Ser mujer y migrante me ha permitido encontrarme
a mí misma libre de lo que la cultura y la sociedad nos exigen.
Elena, colombiana en España: Ser MIGRANTE para mí, ha sido el adaptarme a un cambio de vida, podría decir casi radical, por venir de un país (Colombia), que tiene una cultura, una forma de vida, un sentido de familia, una alegría y una manera especial de tratar al migrante, cuestiones muy diferentes a las que se viven tanto en Italia, como en España donde he vivido por 11 y 2 años, respectivamente. Desde luego que algo que hace más duro el cambio es el Idioma.
Marcela, colombiana en Canadá: Es difícil para mí identificar lo que significa ser mujer migrante, porque ser migrante abarca tantas experiencias, sentimientos y aprendizajes en una persona, que el género pasa a un segundo plano. Migrar ha alterado estructuras a nivel individual, familiar y cultural de una manera tan intensa, que me trasciende como mujer. Migrar es un camino difícil porque cuestiona verdades que se creen absolutas. De repente, te encuentras en situaciones que te hacen ver que hay otras maneras de hacer las cosas, de ver al otro, de experimentarse como individuo. Se abre una puerta en donde esas creencias y verdades que se creían absolutas se desdibujan dentro de una nueva normalidad que, con el paso del tiempo, se convierte en absoluta. Ser migrante es sumergirse en un río en donde nadas de manera diferente, vibras con momentos felices, y lloras porque a veces no sabes cómo funcionan las cosas. Y aprendes. Esa vida de antes, tu vida antes de migrar se disuelve en ese río de aguas nuevas, un poco incierto, un poco frío, emocionante y enriquecedor. Ser migrante significa saber que ya no eres completamente de un lugar, sino que eres de otra parte. Una vez te vas, nunca volverás siendo el mismo. Eres extranjero en tu tierra. Ser migrante significa aceptar que eres más de aquí que de allá, y que debes perdonarte porque eso te hace feliz.
Diana, colombiana en Chile, Pensar qué es para mí ser mujer y migrante en Chile me lleva a recorrer mi historia aquí, haciendo contrastes ya que el significado cambia con el tiempo. Hace 14 años me encontré con que éramos muchísimo menos los extranjeros en Chile y había determinados juicios asociados a lo que era ser una mujer según la nacionalidad. Más allá de mi historia personal en este tiempo, muy positiva y de mucho agradecimiento por haber encontrado distintos lugares para "pertenecer" y aportar, creo que si fuera hoy el día en que llegara a Chile, encontraría otros juicios sobre lo que es ser mujer migrante aquí. El entorno de mayor reconocimiento y aceptación de la diversidad, el reconocimiento del valor y capacidades de la mujer, todo esto, además, combinado con la globalización y todo lo que genera, hacen que hoy vea menos barreras/juicios que hace 14 años para insertarse, pertenecer, aportar y crecer en Chile.
Claudia, colombiana en chile Cumplo 11 años en Chile, vine porque me enamoré de un chileno con el que me casé y tuve una hija. Llegué sin trabajo y conseguí a las 2 semanas en un rol relacionado a mi carrera pero que no me gustaba. Sin embargo, en esa época carecían de fuerza laboral y tener oportunidades en mi campo fue relativamente fácil. Así mismo, el hecho de ser mujer y profesional me ha jugado a favor, ya que localmente al menos en mi línea de carrera y generación somos solo 4 en el país. De otro lado, me ha costado bastante la adaptación a la cultura, tanto desde mi experiencia personal hasta la profesional. En ambos casos, he tenido que enfrentarme al hecho que soy mujer, asumiendo roles que localmente son considerados para hombres. Y donde muchas veces he recibido el rechazo de mujeres. Así como, en varias oportunidades, más aún separada, el verme sola ha ayudado a estar más expuesta a fraudes y estafas. De igual manera, se hacen difíciles otros procesos como la búsqueda de colegios, donde discriminan por estar separada o ser madre soltera.
Julieta, colombiana en Costa Rica, En general siempre me siento agradecida con la vida por poder estar en un lugar tranquilo donde la vida y la libertad son valoradas (al menos hasta ahora, ya lo que será el futuro después de esta situación no lo sabemos). En mi camino personal espiritual, desde hace varios años trato de cuestionarme las consecuencias de mis acciones y ahora con la pandemia no es la excepción. Quisiera que lo que quedara de todo esto es que nos cuestionáramos la gran responsabilidad que como humanos y nuestras decisiones diarias de consumo están teniendo en lo que está pasando. Mi punto también va a que nos veamos menos como hombres o mujeres, migrantes o nacionales e incluso animales humanos o animales no humanos que es lo que desató esto para empezar.
Fernanda, colombiana en Chile, Llegué hace aproximadamente 20 años a Chile con mis hijos pequeños de 3 y 5 años. Aún conservo mucho del acento colombiano, siempre me preguntan cuanto tiempo llevo, soy chilombiana. Aunque llevo tantos años, nunca he dejado ser migrante de sentirme colombiana así me digan que ya soy chilena por los años que llevo acá. Ser mujer migrante no ha sido fácil, sobre todo cuando llegas con dos niños pequeños, pero podría decir que mi experiencia se divide en tres etapas. Los primeros años que fueron los más difíciles. En esa época no éramos tantos extranjeros. Todo era diferente para mi sobre todo en lo cotidiano el supermercado, el colegio el transporte era muy difícil entender los modismos, lo que hacía, que día a día fuera algo agobiante muchas veces me sentía como un bicho raro sobre todo cuando aprecian los personajes con las típicas frases xenofóbicas de que hace aquí, que vinimos a quitarles el trabajo que devuélvase a su país que si traje de la buena afortunadamente eso cada vez lo escucho menos. De apoco fui en una etapa de transición hacia la segunda etapa, de adaptación. Qué diría que fueron unos 5 años o tal vez un poco más me fui insertando de apoco, entendiendo la idiosincrasia los códigos, la cultura, deje de prestarle atención a las palabras ofensivas empecé hacer algunos amigos chilenos gracias al colegio de los niños, aunque era difícil. La tercera etapa es la de última etapa de los últimos años aunque aún me siento 100% colombiana creo que puedo afirmar que me he integrado completamente a Chile. Por fin he dejado de compararlo todo he integrado mi vida a sus modismos, su comida sus celebraciones disfruto de sus triunfos, me preocupo de sus problemas y me duelen sus dolores ha sido un proceso largo y aunque la tierra tira, los chilenos tendrán que aguantarme muchos años más.
En esta narración somo ocho mujeres migrantes con historias y vivencias diversas pero que seguimos sintiéndonos parte de nuestro país de origen así llevemos más de 20 años migrando. Conocer otras culturas y apreciar la diversidad hace parte esencial de ser mujer y ser migrante. ¿Qué opinan ustedes?
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